Expedición Amazonas Boliviano

Fabricamos nuestro modelo de kayak Ukumari dividido en tres partes, logramos subir dos kayaks de 510 cm a un colectivo de línea ida y vuelta, navegamos un río de la sierra Boliviana "Ichilo" y el gran río Mamoré. Sentimos el aire del amazonas, su gente y sus animales meandro tras meandro. Nos detuvimos en comunidades y lugares salvajes, siempre hacia el norte rumbo al río amazonas. Mosquitos, delfines rosas,  una gran crecida del río, campamentos cocaleros serranos, rugidos y huellas de yaguareté, fue una aventura soñada!

Amazonas siempre fue para mí sinónimo de aventura y naturaleza, liderando quizá mis  sueños de navegante en kayak.  Luego de bajar el Bermejo desde su naciente entro en mi cabeza la idea de remar en esta gran región sudamericana. Un poco más al norte de Argentina, ya en Bolivia  la cordillera de los Andes vuelca sus aguas hacia el Atlántico por el gran rio Amazonas.  Cientos de ríos  de Bolivia, Perú y Ecuador fueron  opciones posibles para este proyecto delirantemente amazónico. Digo delirante porque mi idea era llevar los kayaks que nosotros mismos fabricamos hasta estos remotos lugares (tomando como punto de partida Bariloche en mi Patagonia querida).  Otra dificultad era encontrar compañero que quisiera transpirar, ser picado por cientos de mosquitos, navegar entre anacondas, delfines, enterrarse en el barro   y embarcarse en un rio de características exuberantes. Pero como todo con el tiempo se acomoda, por medio del cyber espacio llego el Negro Olive con quien ya había compartido un gran viaje en kayak (Rosario-La Paloma Uruguay) chat va, chat viene se confirmó la aventura. Mucho quedaba por hacer y decidir; Desde el rio a navegar a la fabricación de kayaks desarmables para poder llegar en colectivo al punto de partida. Casi una locura, subir dos kayaks  de 5 metros diez divididos en tres partes  a un colectivo de línea donde no se permite llevar más de dos bultos de 20 kg. Pero cuando se sueña los límites no existen y todo se encara con total decisión y actitud.

Horas de google aerth y lectura dieron como resultado el amazonas Boliviano,  río Ichilo y Mamoré. Una de las opciones por la cual elegimos el río Mamoré fue  la presencia de delfines de agua dulce (rosas) ya que en el otro gran rio amazónico Boliviano (Beni) ya  casi desaparecieron. Estos delfines son el emblema del Amazonas y cuenta la leyenda que el que los ve siempre regresa a estas mágicas aguas.  El kayak que elegimos fue nuestro modelo Ukumari (chico, liviano). Ukumari es el nombre nativo del Oso de anteojos  de la Yunga Argentino-Boliviana, vecino de la región amazónica.  Ocho meses nos separaban del viaje pero necesitábamos tiempo para resolver muchas cosas, por suerte el Negro viajo a Bariloche en el verano y pudimos, mates y vino de por medio terminar de ajustar los detalles. La fecha elegida para viaje era junio ya que en estas latitudes es la temporada seca y no llueve mucho. Los ríos llevan menos agua y hay más tierra firme para poder desembarcar fuera de la densa selva. Taller, corte de kayaks, armado de los tabiques, encastres y un gran esfuerzo de Martin Del” Era dieron como resultado dos naves divididas en tres módulos estancos, fuertes y seguras.  Así nació el modelo Ukumari Amazonas, el Negro  bautizo su kayak  como kropotking en honor al gran pensador anarquista ruso. Parece apropósito pero viviendo entre amazonas nos enteramos que las culturas originarias que habitaron estas regiones eran de carácter anarquista, donde no había grandes monarcas o reyes como en las civilizaciones del Altiplano, México o Perú. Sino que había líderes elegidos por su valentía y destreza, es decir eran elegidos de hecho y no por derecho definitivo. En resumen eran sociedades más horizontales donde el apoyo mutuo entre las mismas les dio la posibilidad de habitar tierras y aguas que aun hoy con toda la tecnología disponible, siguen siendo indómitas.

Llegué a rosario una semana antes de partir, sacamos los pasajes en bondi a Santa Cruz de las Sierra y empezamos a sufrir por la posible negativa para cargar los kayaks en las bauleras del colectivo. La logística fue compleja, todo lo que íbamos a usar durante los 20 días de navegación lo teníamos que meter dentro de los kayak para no llevar ni un bulto más.  Super livianos al milímetro. No íbamos a tener donde dejar nada así que con lo puesto viajaríamos, remaríamos y volveríamos.  Asados, familia, amigos y la aventura a la vuelta de la esquina. El Rana nos hizo unos bolsos espectaculares donde disimularíamos los kayaks un poco. Dos bolsos cada uno, dos bolsos grandes (en uno el cockpit y en el otro proa y popa). Bien sudacas, conseguimos el dato del capo de los maleteros de la terminal de Rosario y fuimos a negociar el precio para asegurarnos de que los kayaks subieran sí o sí. Hablamos hasta con el maletero que iba a cargar los bolsos ese día, todo estaba medido al centímetro.

 

Llego el día, con mucha incertidumbre y sin un plan B encaramos la dársena. Ni bien pusimos un pie en la terminal se nos tiraron encima los maleteros y empezó el apichonamiento y la incertidumbre. Que son muy grandes, que si te toca el chofer ortiva (cabeza de chancho) no los subís y un gran nudo en el estómago. Éramos como chicos soñando con los reyes magos. Pero llego la realidad, el maletero con el que habíamos hablado falto. El tiempo pasaba lento.  Llego el bondi, y el apriete final por parte del maletero  de turno que sabia y sentía que no teníamos opción “yo te los subo pero son dos lucas”. Como decían en el barrio “Plata o mierda” y la frase del maletero corono el momento “este (dentro de la baulera) es campeón del tetris”, nosotros los acomodamos.  Foto con el chofer y arriba del bondi. Largo la aventura misma. No contábamos con tener que bajar los kayaks en la aduana, pero así fue. Haciendo un trabajo de hormiga entre la gente logramos pasar los kayaks por el scanner. Todos los funcionarios de aduanas se pararon a ver la pantalla del scanner y asombradísimos nos hicieron muchas preguntas. El broche de oro fue una frase que escuchamos entre ellos “¿que llevan?” “llevan chupi, morfi, machete, de todo” Riéndonos con todos los operarios intentamos explicar que íbamos a hacer y por donde. Por suerte todas las personas con las que nos cruzamos al escuchar nuestro proyecto respondieron solidariamente.

Santa Cruz, camioneta, taxi y al río Ichilo. Después de dar muchas vueltas decidimos bajar en el puente carretero sobre el río, cansados y con lluvia el escenario metía un poquito de presión. Es un rio grande rodeado de selva, rocas y con muchos árboles (coladores) en el cauce. Como solo habíamos podido ver el río por fotos satelitales de internet y no conseguimos ninguna información de nadie que lo haya navegado el embarque bajo la lluvia fue silencioso. Una vez en el río y sobre la corriente ya no hay vuelta atrás. Remontar el rio era imposible. Doscientos kilómetros del río Ichilo hasta entrar al Mamoré. Embarcamos y salimos, decidimos navegar solo dos horas río abajo y paramos en un banco de arena, uno de los primeros que vimos. No paro de llover nunca, por los grandes troncos enganchados por doquier supusimos que el rio en verano (temporada de lluvia) debía bajar muy grande. Carpa, mates, relajar un poquito después de un viaje largo (35 hs), música y chan, el rio había crecido mucho, tanto que durante la noche tuvimos que mover la carpa tres veces de lugar hasta entrar en la selva y el barro. Como siempre digo, el primer día  te golpea un poco. Dormimos con un ojo abierto relojeando el río. Tres días nos  llevó hacer 200 km por el Ichilo. En mitad del segundo día empezamos a ver algunas canoas de lugareños en la costa del río y o sorpresa un fuerte olor a solvente posiblemente ligado a la producción de cocaina,  que sumado a un disparo dentro de la selva  nos hizo contener la respiración y remar rápido. El río avanza y en cuestión de minutos dejamos atrás todo eso para seguir hacia el Mamoré.

Llegamos a Puerto Villa Roel, una población pequeña  a la vera del río (primera  y última población  con salida por ruta en nuestro recorrido). Como era tarde y no queríamos frenar ni dormir cerca seguimos meta remo algunas curvas más antes de parar a dormir. Al día siguiente llegamos al Mamoré.

Ya en el Mamoré empezamos a cruzar muchas canoas  de pescadores nativos y madereros. Lo más llamativo y particular fue que las canoas de tronco ahuecado llevaban una heladera acostada boca arriba, con el tiempo deducimos que estaban llenas de hielo seco y ahí guardaban el pescado por una semana hasta poder llegar a Villarroel donde lo comercializaban. Normalmente navegan en una canoa grande (canoa casa y de ahí salen durante la noche con dos o más canoas pequeñas) Charlando con esta gente (sumamente amables) nos dijeron que no eran familia sino grupos de trabajo. No falto en ninguna canoa “casa” una cocinera  mayor que nos saludara desde adentro. Algo realmente amazónico  era ver desde nuestro campamento en la noche pasar una de estas canoas casa navegando río arriba. Muy lento, ya que los motorcitos que usan son pequeños y el apuro es un rasgo único de los que vivimos entre  “relojes”,  meta cumbia y rizas volvían con las heladeras llenas de pescado.  Una imagen que no voy a olvidar nunca.

El río corre sin pausa, siempre hacia el amazonas, navegamos alrededor de 50 a 60 km  (7 horas) por día curva tras curva.  Todo es Barro, mucho barro hasta enterrarnos por completo.  Durante el atardecer y amanecer permanecíamos en la carpa para evitar la mosquitada! Repelente, mosquitero y suerte nos separaron de los mosquitos transmisores de malaria, dengue, chikungunya y zika. Picar, nos picaron mucho pero por suerte nada paso. Cuando armamos el viaje, los mosquitos fueron quizá una de las mayores  preocupaciones. Consultamos  con médicos infectologos que nos dijeron que en esta zona la malaria abunda y que como nunca habíamos tenido relación con ella corríamos riesgo. Más aún si íbamos a estar aislados por tantos días sin poder llegar a ningún centro de atención. Decidimos no tomar el medicamento preventivo ya que es muy nocivo y en caso de picadura te la agarras igual  (más leve). Nuestra estrategia fue llevarlo y en caso de tener fiebre, tomarlo y empezar a salir en busca de atención médica, situación que en caso de vivirla no hubiera  sido  nada fácil.

Grandes bancos de arena nos permitieron acampar alejados de la selva y de los bichos. Caimanes, monos, tortugas, rugidos y huellas de tigre, carpinchos, perezosos, grandes bagres, delfines de agua dulce y algunos animales que se asomaban en el agua que no tenemos ni idea que eran, nos acompañaron durante toda la navegación. Remamos con mucha humedad, lluvia, sol, fresco, calor y viento. A media que pasaban los días el cansancio se hacía sentir. Hicimos algunas paradas en comunidades a la vera del río donde compartimos hermosos momentos con los chicos de la zona. Nos contaron un poco de como se vive en el amazonas, nos mostraron las marcas de las terribles crecidas del Mamoré en temporada de lluvia, donde todos quedan bajo agua viviendo en  casitas levantadas sobre postes. Un chiquitito de solo 6 años asombrado por nuestros kayaks y remos  nos mostró una uña de tigre que tenía colgada del cuello y confirmo lo que todos nos decían “la selva está llena de tigres” (yaguareté).  En una de las charlas con los pescadores nos preguntaron si llevábamos armas para defendernos de los tigres, respondimos “solo un machete” y la cara que pusieron no fue muy alentadora. Cada pescador que cruzamos nos preguntó el precio de los kayaks, tradición de navegantes.  Las culturas amazónicas recorrieron los ríos de la región remando en canoas durante cientos  de años, llevan el remo en su sangre pero no podían dejar de asombrarse de nuestros remos dobles y su eficacia.  Quedaban impresionados de la velocidad con la que nos movíamos y de lo eficiente que eran nuestros kayaks al punto de que  querían que se los vendiéramos. Los días pasaron meta remo y experiencias inolvidables.

La llegada a Santísima Trinidad fue el broche del viaje. La gente de la zona le llama los puentes a este paraje a la vera  del río, digo le llama porque no hay ningún puente sobre el río. Ubicado aproximadamente a unos 17 km de la ciudad y conectado con la misma por un camino de tierra en muy malas condiciones,  bajo el agua durante varios meses del año, este pequeño paraje es un lio hermoso. Clavamos nuestros kayaks en el barro al lado de una barcaza ganadera, subimos la barranca y nos encontramos con un hermoso caos regional. Chanchos, puestos, pescadores, autos, camionetas, una especie de obra y  el  ingeniero. Lo bautizamos así porque llevaba puesto un casco de construcción como gorro. Necesitábamos de alguien que nos lleve a Trinidad y las primeras palabras que escuchamos fueron “io lo llevo”. Excelente, solo teníamos que esperar que cargue pescado de las comunidades del Mamoré para llevar a trinidad a vender.  El negro me había dicho unos días antes que quería lavar su mochila porque la había llevado en los pies del kayak todo el viaje y olía muy mal, nunca imagino que en la  camioneta que nos llevaría a Trinidad viajaríamos con  diez bolsas de pescado fresco recién salidito  del agua. Desarmamos los kayaks, los subimos al porta equipajes de la camioneta y para la ciudad.  Antes de alejarnos del Mamoré ambos, pero cada uno en su adentro,  tuvimos un momento mágico. Uno de esos momentos donde uno esta donde tiene que estar y todo el torbellino de la vida se resume en paz. Habíamos navegado y vivido nuestro propio sueño.

El viaje a Trinidad con el ingeniero fue fenomenal, nos subimos a su camioneta que se caía a pedazos junto con la familia completa de pescadores, diez bolsas de pescado y los kayaks desarmables. Nos tocó sentarnos de espaldas al chofer y mirando hacia atrás. Justo de frente a la familia de pescadores que en un principio nos miraban no muy amigablemente. Cosa que después nos dimos cuenta que era una invención nuestra. Con el correr de los minutos empezamos a charlar y a aprender de ellos y su forma de vida.  Cuantas cosas nos sobran en nuestro estilo de vida. Llegamos a Trinidad y el ingeniero nos mostró la ciudad y no nos dejó hasta que conseguimos un hotelito cerca de la terminal de colectivos. De ahora en más nos moveríamos con seis pedazos de kayaks de aca para haya. La ciudad, bastante grande, es un increíble caos amazónico. Motos, ruido, mercados y puestos por todos lados. En nuestro viaje de ida algunos compañeros del colectivo (Bolivianos)  nos habían dicho que era una ciudad peligrosa, cosa que hoy desmentimos y refutamos. No hay casi turismo y los caminos de entrada y salida a la ciudad están detonados.  Comimos  mucho, ya que veníamos a pura quínoa, visitamos el museo y paseamos por sus calles y recovecos. En particular la historia de navegantes de estas culturas no dejo de sorprenderme.

Desde Bulo Bulo hasta Santísima Trinidad se respira un buen aire, el río está sano, la selva entera y su gente feliz. Es una región pobre, con falencias, pero mientras el río se conserve sano, lleno de peces y la selva sea explotada de forma artesanal como lo hacen las comunidades, estas vivirán dignamente como los hacen desde hace muchos años. De alguna manera conocer este rincón de Sudamérica fue una experiencia increíble,  es solo en comienzo de una gran cantidad de viajes a esta región. 

Viajar por el agua, como hace miles de años lo hacían las culturas antiguas, es  algo que me apasiona, navegar curva tras curva o playa tras playa, poner el pie en una costa alejada, desconocida y recibir una sonrisa de sus habitantes es una sensación difícil de explicar.

Ríos Libres y cuidados con gente que los disfrute.